TRABAJAR PARA LA EXCELENCIA Y NO PARA LA MEDIOCRIDAD.
- Reynaldo Piña
- 19 nov 2016
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Para la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana que me formaron y me enseñaron a trabajar para la excelencia.
Para U.E.P Colegio San Antonio, de las Hnas. de la Caridad de Santa Ana, institución en la que viví, vivo y aún me sigo nutriendo para trabajar por y para la excelencia.
Escribo esto con la ocupación que merece dibujar el problema de la mediocridad en las personas de nuestra contemporaneidad o, peor aún, como forma de vida y de acción. Es comprensible que la situación de crisis nos limite las actividades y el esfuerzo pero que esto no justifique el devenir de nuestras acciones, todos los días, ante compromisos históricos como es, en mi caso, la educación. Se ha venido haciendo un (mal) hábito, en el modo de trabajo, de no responsabilizarse por las propias acciones, de no asumir nuestras competencias y tomar nuestras propias decisiones. En parte porque de salir mal, el trabajo, se tiene una justificación, absurda, para el error.
El (mal) hábito de no corregir al otro, de hacer oídos sordos ante el mal accionar del equipo de trabajo para no asumir la responsabilidad que merece el ser parte de un equipo de trabajo. Al escribir esto recordé uno de los tantos actos de formación en mi colegio en el que nos increpaban, a los muchachos, por sus bajas calificaciones y el refrán popular, «10 es nota lo demás es lujo», y decían, si ustedes se preparan para sacar 10 pts (en una escala hasta el 20 pts, siendo 10 pts el mínimo) se están preparando para la mediocridad y aquí no graduamos mediocres. Puede que el tiempo me haya hecho perder la exactitud de sus palabras, pero, en esencia, el mensaje fue ese. Nos hablaba, entonces, del compromiso de estudiar para la excelencia, del Latín excellentia, «superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo». Y ese es uno de los valores de la institución en la que tuve el honor de estudiar y del que no puedo renunciar.
Ahora bien, cuando hacemos algo mal pero que sale bien, entonces, pensamos que ganamos; que tuvimos una victoria y eso es comprensible, en cierto punto, al menos para los que ven la vida con cierto dejo de mediocridad, creo yo, porque pocos asumimos las derrotas y no muchos las asumen porque pretenden ver el lado bueno, es decir, la victoria moral y el avance pero no la autocrítica. Esforzarse para la mediocridad no debe ser sinónimo de orgullo. No. Pero, qué es la mediocridad, en el sentido más estricto de la palabra es del latín, mediocris y significa «De calidad media. De poco mérito, tirando a malo». Así, mediocris (medius: medio, mitad, de en medio. Ocris: montaña) es el que se queda a mitad de la montaña. En la mitad del camino pero no confundamos esto con la Aurea Mediocritas que es otra cosa.
D. José Rivera llama mediocre «a quien consciente y voluntariamente confina sus capacidades respecto del desarrollo de la propia personalidad. A quien pone límites a su posibilidad de ser asumido hasta lo excelso o de rodar hasta los últimos abismos».
También, caemos en la mediocridad por no asumir riesgos, por no transitar el complicado camino de la superación pero, también, ante una actitud de negaciones y sin deseos de hacer algo porque, entre otras cosas, padecemos el virus de las lamentaciones para justificar los actos mediocres. Justificar el apagado espíritu del Hombre porque no creo que actuemos así por convencimiento sino, más bien, por desconocimiento. Nos dice D. José Rivera que la mediocridad es «como no sentirse interpelado fuertemente por el amor de Dios que acosa al hombre, en cada época, en cada instante de su vida, para una respuesta redentora de consecuencias eternas».
Son a esas consecuencias eternas a las que nos debemos, tenemos que dar siempre más, buscar el éxito, perseguirlo, tenerlo y mantenerlo con humildad. Buscar al prójimo y exigirle, planear las estrategias y los métodos, las formas; indagar, asumir una actitud crítica delante de los desafíos, aprovechar las virtudes para lograr avances óptimos… se trata de hacer las cosas bien hechas, de lograr la excelencia. Ya dije anteriormente que para hacer las cosas bien hay que hacerlo, primero, porque nos gusta y segundo por compromiso. Pues, seamos hedonistas en ese sentido, hagamos las cosas por placer, por amor, porque nos gusta y así seremos exitosos y nadie podrá decir que las cosas salieron mal por culpa de la mediocridad. Seamos como un río, que tiene su lecho, su cauce, su desembocadura y si nos contiene alguna represa desbordemos con ímpetu nuestras aguas pero no nos sequemos, que la crisis, los problemas y las apatías de los demás no nos frenen y no nos hagan mediocres.
No sembremos nuestros dones, al contrario, multipliquémoslos y seamos dignos Hijos de Dios que luego tendremos nuestra recompensa pero tampoco esperemos el premio, seamos humildes pero no nos detengamos en la humildad porque hacer eso es soberbia. Hagamos nuestras responsabilidades, cumplamos el deber y estemos atentos ante el hermano decaído y ofrezcamos la ayuda, la palabra y la atención. Si nuestra ayuda no es recibida, sigamos. Todo indica que el plan es hacernos caer, destruirnos; desvanecernos moral, espiritual e intelectualmente pero no caigamos en la mediocridad porque convivimos en un sistema político que bien pudiéramos llamarlo mediocracia pero si el plan es ese y ya lo sabemos, entonces, actuemos y busquemos la excelencia.
Esto lo digo desde mi mediocridad, claro está, porque solo el santo es perfecto y, por lo tanto, Él puede hablar con perfección, así nos los dice D. José Rivera. Por tanto, esto que escribo apenas es un punto de vista, por eso, suframos con paciencia los defectos de los demás y pidamos por los nuestros aunque no los conozcamos. Espero en Dios que muchos nos identifiquemos con esto, ojalá, y podamos reconocernos y en la medida de lo posible intentar terminar el camino de la mejor forma posible, con la excelencia. Trabajar para la excelencia y no para la mediocridad porque esta, la mediocridad, es uno de los extremos de la excelencia.

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